02 septiembre 2008

El ruido en la sala de juego


Por MN Luis Matos –Jaque Matos-

Pocas cosas molestan más al jugador de torneos que el ruido en la sala. Pero de todos los sonidos, quizás el que más perturba sea la voz humana. Es más fastidioso el que comenta la partida que concluyó que el chirrido de la puerta cuando alguien entra o sale; está prohibido el sonido del celular, pero quien por ahí hable, por bajo que lo haga, es peor que cualquier música que le ponga de alarma.

Podemos clasificar los ruidos en dos tipos: los ajedrecísticos y los de otra naturaleza. No podríamos asegurar cuál de los dos perturba más al jugador. Quizás depende de la naturaleza de la persona. Algunos literalmente odiamos cuando alguien empieza a contar una partida o una posición, ilustrándola verbalmente con jugadas o hasta con frases como: ¡Subió el alfil!, ¡Le clavé la torre!, ¡Un peón que venía bajando!, ¡Esa dama me estaba mirando a mi rey!

Pero también estorba muchísimo cuando abordan otros temas totalmente ajenos a una sala de torneo. En ambos casos, el árbitro está obligado a actuar. Con la decencia que merecen todas las personas, pero con la autoridad que reclama el evento y sin importar la categoría del mismo.

Igual silencio merece un aficionado que juega su primera partida en un certamen que cualquier granmaestro internacional en una eliminatoria por el Campeonato de la FIDE.

A veces cuando uno como árbitro empieza a mandar a callar al público (incluyendo jugadores que terminaron su partida y en consecuencia pasan a ser público) algunos, para protestar, comentan que “ese árbitro hace más bulla, mandando a callar a la gente, que el ruido de quienes hablan”

Parecería que sólo susurraran o hablaran en voz baja… Y… ¿qué llamamos voz baja?. Cualquier ruido, por mínimo que sea, es muy alto para quien está calculando un sacrificio en f6, o un cambio de damas para llegar a un final de torres, o si evalúa la conveniencia de adelantar el peón de b2 uno o dos pasos.

Este tema me recuerda una anécdota personal. Sucedió en Bogotá, en Junio de 2003, en ocasión del Campeonato Panamericano Juvenil de Ajedrez. Tuve el gran honor de ser designado por las autoridades del evento, el AI Jorge Vega y el MI José Gutiérrez, como Arbitro del Torneo Sub-16 masculino.

El salón era excelente, un amplio espacio de un confortable hotel de la capital colombiana. La disposición de mesas y sillas, producto de la experiencia de los directivos del certamen, permitían el espacio requerido a cada contrincante, facilitaba la labor de arbitraje y permitía, a aficionados, visitantes, entrenadores y familiares de los competidores, un acceso visual cómodo para las partidas en desarrollo.

Todo muy bien, hasta que, completadas las fases de la apertura y entrado el medio juego, de larga meditación y ¡vamos a estar claros! de menor interés por la partida (salvo para los más conocedores) empezó la “ronda verbal”. Al principio era: “Pedro está mejor”, “González ya sacó ventaja” y hasta “Aquél de camisita jugó una inglesa”. Pero pronto el lenguaje comenzó a salirse del ámbito del tablero.

“¿Ese muchacho no se mueve mucho?” “Fíjate que bonito le queda el uniforme al de la mesa 4” y de repente era: “Tenemos que reservar el pasaje” y hasta “¿Dónde compraste esos zapatos?”, “¡Al doblar la esquina venden unas empanadas riquísimas!”

En aquella sala se hablaba de todo… menos de ajedrez.

“¡Se le agradece al público guardar silencio” me oyeron decir. Los ajedrecistas del grupo donde arbitraba, hicieron señales de asentimiento a mi rogatoria. Pocos minutos duró la cosa. Uno que se despedía, otra que “voy a comprarme un cafecito” y al rato ya se hablaba de lo bien que se veía la tele del cuarto.

Terminé molesto la jornada, y me inventé una frase para la siguiente ronda. En cuanto subió el volumen de la chercha, no tuve ningún problema en decirles:

“Al respetable público, se le agradece silencio. ¡Al resto se les exige!”. Imaginarán las caras, las protestas y los gestos. Las miradas de agradecimiento de los jóvenes que estaban en el tablero me hicieron sentir bien, y hasta orgulloso de lo que antes dije.

Entonces las ví. Esas eran las culpables. Esas eran las que facilitaban aquella conversadera. En el pasillo largo y ancho, destinado al público, habían sillas.

Cómodas sillas, unas al lado de la otra.. como 20, 40, quizás más sillas, donde llegaban, se sentaban y hablaban de todo. Esa noche, al concluir las partidas y cumplir las labores finales de conteo de planillas, reacomodo de piezas, verificación de relojes y revisión del pareo próximo, se lo comuniqué a José Luis Guilarte, el Delegado de Venezuela a ese Panamericano.

“No te preocupes” me dijo.. “ahora mismo se lo planteo al Director del Torneo (el MI Gutiérrez) y le voy a sugerir sacar esas sillas de la Sala del Torneo”… ¡Santo remedio!

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